haciendo sonidos de tablas
-y de cadenas-
en mi cama.
Se escabulleron en mi silencio
entre el ronquido de la casa,
caminando con pies de duendes
por los bosques de mis plantas.
Los consuelos se estiraron
-perezosos-
deambulando,
sin ganas de hacer justicia,
por todos los campos:
campos de almohadones húmedos
campos de sábanas arrugadas
de manteles pintados de azul
de mañas...
Se estiraron,
y sucumbieron en una telaraña tibia.
Engordaron las arañas.
En Molino de Tierra, Fondo Editorial Rionegrino, EUDEBA, 1987.
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