En un sigilo me resbalé hasta el primer rincón, en la acera. Oriné con fuerza y hasta salpiqué mis zapatos. Un auto viró, y por un segundo las luces me enfocaron mientras abrochaba la bragueta. Caminé despaciosamente, el tin tin del golpe del sonajero en la pierna me molestaba.
Doblé una esquina, dos, tres, la costumbre me llevó al café a charlar con mis amigos. No pude. No había nadie, ya.
Jacobo estaba en África, jugando a ser el extranjero sociable -a la fuerza-. Me contaron que viajó de golpe, dejando sus amados libros derruirse en los estantes de su casa (eso creería él, otros los tiraron al piso y creyeron encontrar "importante información").
Elías, el turco, está de basurero; vive en un ranchito de dos por cuatro (centímetros, casi) y prefirió desligarse de todo para estar tranquilo. Es una alimaña de uno setenta (milímetros, casi).
Rodolfo, no sé... Alfredo, dicen que está en Iviraromí marcando los pasos de Horacio Quiroga. Trágico, che,... trágico. Y el café que acabo de terminar estaba frío y amargo; se me volcó un poco, tras que era chico no me quedó nada...
-Flaco, la cuenta.
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Las llaves clic- clic se apretujaban en el bolsillo del "rey" (casi así me sentí). Caminé hasta el Departamento bordeando la costanera y mirando el mar. Tuve frío y me levanté el cuello de la campera, apretando los puños en el bolsillo...
Clic- clac- clic- clic... El ruido a huesos apretujándose en el bolsillo de mi pantalón volvían a molestarme. Crac. Metí la mano silenciosamente en el recoveco de la hendidura del bolsillo y apreté el puño.
CRAC- CRAC
El "Rey" voló en el cielo oscuro, con quejidos metálicos para caer en la cresta de una ola de mar...
inaudible.
Publicado en No se amos, Fondo Editorial Rionegrino, Ediciones Culturales Argentinas,1991.

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